Blanco y gris y sonidos como voces, a veces, que se confunden. Un sueño de cansancio que se multiplica, en palabras, sombras, rostros, y son horas sin tiempo y es tiempo. Pierdo perspectiva, siento un espacio, un vacío palpable, una pausa de la razón...
¿Hacia dónde iremos?
Siento estática en mi pecho, allí, donde mi corazón, y un amargo sabor parecido a la decepción.
Algunas juventudes me asfixian, algunos días también, y entonces el concepto de renuncia se hace idea y me abraza. Una fragancia de ignominia que persiste como el hedor de algunas emociones que fueron engendradas en otros períodos, otras soledades. Y aunque mi tiempo siempre es mañana, giro cada tanto la mirada y me quedo. Quizás sea el cansancio.
Quizás.
De ausencias y otros silencios he construído el puente que cruza los ríos más borrascosos de mi ayer; todo es concupiscencia y continencia, una onda expansiva que se intenta detener con un muro de papel. En todo caso, más tarde, más temprano, nuestra voz arrasa como un huracán o se ahoga en un mar. Mientras tanto la mentira, aunque en la casa de mis emociones no hay lugar para la atrición, el olvido o el arrepentimiento, porque no soy siquiera el boceto de las expectativas de otros, un lugar terrible, sin gentes ni luces.
Más allá, el humo de las certezas, la bruma de lo que viene y una luz brillante en el medio, la luz de mi hija.